Violencia doméstica

¿Qué es la violencia doméstica?

Se conoce como violencia doméstica a cualquier tipo de agresión física, sexual, psicológica o económica que ejerce algún miembro de la familia sobre otro, estableciendo de esta manera los perfiles de víctima y victimario. También es conocida como violencia intrafamiliar, ya que se caracteriza por manifestarse únicamente entre los integrantes de este núcleo, aunque no existe un patrón exacto que determine cuál es la relación de parentesco que hay entre el individuo que emplea la violencia y el que la recibe.

El carácter, la personalidad y el temperamento son tres factores claves que permiten destacar rasgos particulares de cada individuo, como lo son sus gustos, preferencias, tipo de humor, grado de tolerancia, entre otras cualidades. Todas ellas contribuyen a que existan tanto personas introvertidas como extrovertidas, líderes y seguidores, individuos influyentes y otros influenciables; así pues de esta manera también se crea la figura de agresor y víctima.

Dentro de la familia, el agresor comúnmente es la persona con mayor edad, fuerza o autoridad, ya que las personas que cuentan con estas atribuciones son las que fácilmente pueden localizar a un individuo que se deje humillar y manipular por sentirse inferior, que es el que se conoce como víctima directa. En la mayoría de los casos estas víctimas son mujeres o hermanos menores.

Por tratarse de violencia en el ámbito familiar es común que los casos no sean denunciados, pues los involucrados suelen apostar a que el agresor cambiará, debido a que lo quieren y no desean acusarlo a pesar de sus malas acciones. Sin embargo, las consecuencias de este tipo de violencia pueden llegar a ser muy graves y afectar a todos los integrantes de la familia, aunque el maltratador agreda directamente sólo a un miembro de esta.

Según el Centro de Archivos y Acceso a la Información Pública Uruguaya (CAinfo) y la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (RUCVDS), en un informe publicado en el año 2012, el cual recolecta datos ofrecidos por el Ministerio del Interior durante la primera década de este siglo, 7 de cada 10 mujeres uruguayas fueron asesinadas por violencia doméstica. Cifra que ha venido en aumento en los últimos años, pues según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), actualmente Uruguay es el país con mayor índice de violencia intrafamiliar a nivel mundial.

Causas de la violencia doméstica

No existe una causa exacta que ocasione que dentro del núcleo familiar se origine la violencia, sin embargo se reconocen una serie de factores sociales e individuales que permiten que un integrante del grupo adopte conductas negativas y termine por convertirse en agresor, atacando al resto de las personas que conviven en su mismo entorno.

La violencia doméstica es conocida mundialmente como un problema de salud pública que afecta a la sociedad, pues el orden de la misma se encuentra alterado por las situaciones irregulares que se viven en los hogares donde se padece violencia, ya que en la mayoría de los casos, los afectados terminan por convertirse también en agresores una vez que han constituido una nueva familia; tal es el caso de niños que presencian el maltrato de su padre hacia su madre y en la edad adulta repiten el comportamiento de su progenitor, atentando contra la integridad de su esposa.

Desde la perspectiva social, los factores económicos y políticos pueden contribuir a que se desarrolle un entorno violento dentro de la familia, pues la falta de educación o empleo, el status financiero, el machismo y los vicios, son elementos que intervienen en la formación del maltratador, aunque no son determinantes. La proliferación de la violencia doméstica se debe a que las características sociales que la provocan, son las mismas consecuencias que  esta origina; por ejemplo, si un hijo agrede a su madre porque esta trata de interferir entre él y su alcoholismo, y el resto de sus hermanos menores lo observan, es posible que estos desarrollen emociones negativas como rabia, ira y frustración, lo que podría llevarlos a cambiar sus conductas e imitar el comportamiento agresivo y desadaptativo de su hermano mayor, situación que aumenta la probabilidad de que estos empiecen a adquirir adicciones, pudiendo ser la misma que su allegado presenta, u otras como el consumo de cigarrillos o narcóticos.

Sin embargo, las circunstancias colectivas no son las únicas que desencadenan este tipo de actitudes, pues existen elementos individuales que resultan imprescindibles para convertirse en víctima o victimario, tales como los rasgos de la personalidad, el carácter y el temperamento, ya que estos son los que determinan qué integrante de la familia tiene mayor dominio, que no es lo mismo que autoridad, pues esta última se reconoce siguiendo la estructura del grupo, por ejemplo la superioridad del padre frente a los hijos o la de los abuelos sobre los padres.

En la mayoría de los casos la misma persona que posee la personalidad dominante es la que tiene poder, debido a que su rol dentro de la familia le permite ejerce influencia, por lo que resulta un agresor invencible para la víctima, la cual además de sentirse inferior por no tener la potestad de tomar las decisiones del hogar, suele tener un carácter débil y una personalidad tranquila.

Tipos de violencia doméstica

Existen muchas formas en las que puede manifestarse la violencia intrafamiliar, pues el término encierra mucho más que golpes y maltratos físicos. Los abusos sexuales, el chantaje, las amenazas, los insultos y el aislamiento, también son acciones violentas que pueden llevarse a cabo dentro del núcleo familiar, sin embargo cada una tiene características particulares, por lo que se dividen en cuatro grandes tipos, con el propósito de distinguirlos y reconocerlos con mayor facilidad. Estos son:

Violencia psicológica:

Se caracteriza porque el agresor se dedica a disminuir el autoestima de la víctima, mediante el maltrato verbal que tiene hacia ella, las humillaciones, intimidaciones, amenazas y cualquier cantidad de ofensas que la obligan a desarrollar complejos sobre su cuerpo, su personalidad y hasta sus acciones o actitudes frente a las circunstancias que le disgustan al victimario, debido a que se siente culpable por haber generado la molestia.

Existen otras acciones más drásticas como lo son obligar a una persona a estar incomunicada, aislarla de la sociedad, evitar que esté en contacto con amigos y allegados, ya sea en persona o a través de los dispositivos digitales, ya que esto trae como consecuencia que el afectado desarrolle ansiedad, depresión, estrés postraumático, entre otras enfermedades.

Es el tipo más común dentro de la violencia doméstica, debido a que cualquier integrante de la familia puede ser el agresor o la víctima, sin importar edad o sexo, pues lo verdaderamente significativo es la personalidad y el carácter que posee cada individuo. Esto permite que se establezcan los perfiles de maltratador y maltratado.

Violencia física:

Consiste en cualquier ataque, golpe o agresión directa e indirecta, que atente contra la integridad física de una persona. Generalmente ocurre luego de que el maltratador ya ha puesto en práctica la violencia psicológica, y durante alguna fuerte discusión la situación lo altera a tal punto que termina por arremeter contra la víctima.

Los agresores no miden la fuerza que emplean al golpear, pues se dejan llevar por la ira y el impulso del momento, lo que trae graves consecuencias que incluso pueden llevar al fallecimiento de la víctima. Este tipo de ataques tienden a generar mayor impacto en los familiares, lo que en consecuencia origina que estos desarrollen miedo hacía su victimario y hagan lo posible por complacerlo en todo momento para que este no vuelva a recurrir a las acciones violentas.

Cualquier integrante de la familia puede sufrir de este tipo de violencia, aunque las relaciones más comunes son las de esposo – esposa, madre – hijo e hijos – padres. Sin embargo, todos los afectados deben ser considerados víctimas, pues estas acciones les perturban a nivel psicológico, lo que se traduce en cambios de comportamiento, desarrollo de emociones negativas y enfermedades.

Violencia sexual:

Es aquella en la cual el agresor obliga a la víctima a realizar actos de índole sexual sin su aprobación o consentimiento. En este caso, cualquier integrante de la familia pudiese ser elegido por el victimario, el cual se comporta como acosador y perturba la tranquilidad del acosado, pues este en todo momento se encuentra a la expectativa de lo que el sujeto le pueda obligar a hacer.

La mayoría de los casos de agresión sexual son originados por hombres hacia mujeres, pero cuando se refiere al ámbito familiar no existe una víctima segura, la relación puede ser esposo – esposa, hermano – hermana, padre – hijos; lo que va a determinar la elección del agresor será el perfil de la víctima, ya que este localizará a la persona más sumisa sobre la cual pueda tener control, para que no comente lo ocurrido.

Este tipo de violencia tiene la particularidad de hacer sentir al maltratador con un poder especial, pues se cree dueño del cuerpo de su víctima, ya que la manipula a su antojo y esta no se rebela. También se conoce como el tipo más peligroso, pues se han conocido casos de agresores que cuando descubren que su víctima establece vínculos amorosos con otra persona se sienten traicionados, debido a que asumen que entre ellos existe deseo, lo cual desata celos, ira y rencor, sentimientos que le llevan a tomar la decisión de acabar con la vida de alguno de los implicados.

Violencia económica:

Suele ser empleada cuando el agresor posee un status financiero superior a su víctima, ya sea porque esta no dispone de ingresos monetarios o porque no son suficientes y depende del victimario para poder costear sus gastos. Se caracteriza por constantes amenazas, en las cuales el individuo asegura que no va a proporcionar determinado capital al hogar, y por el chantaje, obligando a que la víctima ceda a hacer lo que el sujeto pide a cambio de lo que necesita.

También es conocida como violencia machista, ya que este concepto nace en la época de la exclusión del sexo femenino, cuando las mujeres no tenían derecho a estudiar o trabajar y si alguna lograba alcanzar estos objetivos no obtenía la recompensa merecida. A pesar del paso del tiempo, la violencia económica se sigue observando y ahora no sólo en el ámbito laboral, sino también el familiar.

Dentro de la familia este tipo de violencia es empleada de igual forma, pues casi en la totalidad de los casos son los integrantes del sexo masculino quienes someten a los otros miembros; la relación más común es esposo – esposa o hijo – madre. En la primera es frecuente que la víctima no tome acciones en el asunto porque teme por el bienestar de sus hijos, y en la segunda se trata de un hijo de edad avanzada, por lo que probablemente la madre ya no está en condiciones de trabajar para obtener ingresos constantes y, en consecuencia, depende de él.

Etapas de la violencia doméstica

Gracias al estudio del comportamiento de los individuos que se encuentran involucrados en casos de violencia doméstica, se ha podido determinar que existe un ciclo en las conductas que tanto el agresor como la víctima emplean, el cual origina que los escenarios se repitan y las personas afectadas no denuncien lo ocurrido. Dicho ciclo se divide en tres etapas o fases, que son:

  • Fase de tensión: Durante esta etapa el agresor tiende a ejecutar las primeras muestras de su comportamiento ofensivo. Generalmente inicia con malas palabras, gestos de ira o desprecio, insultos, ofensas, humillaciones y actitudes que se tornan inapropiadas, las cuales son resultado del mal carácter que el sujeto tiene. Esta fase puede durar días, meses e incluso años, aunque su recurrencia dependerá de la cantidad de veces que se repita el ciclo.
  • Fase de explosión: Es aquella en la cual el agresor estalla, por lo que las amenazas ya no se quedan únicamente en palabras, sino que las convierte en acciones. En esta etapa el individuo emplea uno o varios tipos de violencia, convirtiendo a todos los integrantes de la familia en víctimas de la misma, pues aunque el afectado directo sea uno en particular, los allegados también sufren consecuencias.
  • Fase de reconciliación: También se conoce como la etapa de la reconquista o “luna de miel”, ya que el agresor comienza a temer que sus víctimas actúen en su contra y por consiguiente recurre al arrepentimiento, las disculpas y promesas de cambio. Esta fase se encuentra libre de insultos, discusiones y agresiones físicas, por lo que en la mayoría de los casos la víctima cede a brindarle una nueva oportunidad a su ser querido y se convence de que todo lo ocurrido fue producto de un error.

Cuando ya la situación parece estar superada, el agresor vuelve a la etapa de tensión, lo que origina que se reinicie el ciclo de violencia. Generalmente, cada vez que la persona afectada atraviesa por esta fase se convierte en un blanco más fácil para el victimario, quien ya se siente capaz de controlar los pensamientos y emociones de su víctima.

Consecuencias de la violencia doméstica en el núcleo familiar

La violencia doméstica trae efectos negativos tanto para la víctima como para sus seres queridos, pues todos se encuentran afectados por las diversas situaciones de agresión que tienen lugar en el hogar. Sin embargo, las consecuencias para el individuo afectado directamente van a depender del tipo de violencia, intensidad y frecuencia de la misma.

Los efectos psicológicos son los primeros en aparecer cuando se vive en un entorno disfuncional caracterizado por la violencia, pues el miedo y la hipervigilancia ocasionan que se desarrolle ansiedad, así como las emociones negativas constantes causan que algunas personas sufran de episodios depresivos, aislamiento y ataques de ira. Es común el cambio de conductas, sobre todo en el resto de los familiares que se ven perturbados por su  entorno, pues sienten que no pueden hacer nada al respecto y por consiguiente drenan su frustración adoptando comportamientos desadaptativos, consumiendo bebidas alcohólicas, cigarrillos o sustancias nocivas, pues de esta manera tratan de ser indiferentes a lo que ocurre en casa.

Además de lo antes mencionado, la víctima directa enfrenta otros efectos psicológicos mucho mayores cuando el ciclo de violencia se ha repetido varias veces, pues la baja autoestima le hace sentirse utilizada por el acosador e incapaz de combatir contra él o ella, o ganarle, por lo que ni siquiera piensa en la posibilidad de denunciarlo. Además se encuentra propensa a desarrollar enfermedades psicosomáticas como cefaleas tensionales, padecimiento de las arterias coronarias, disfunciones respiratorias o algún tipo de trastorno mental, tal como el estrés postraumático y la identidad disociativa, todo producto de la perturbación que le ha ocasionado atravesar por los diversos episodios traumáticos.

Los efectos físicos dependen del tipo de violencia que el acosador ejerce, pero las consecuencias más comunes son hematomas, hemorragias, fracturas, embarazos no deseados o abortos, entre otras enfermedades que puedan ser ocasionadas por los abusos sexuales y las acciones violentas.

La consecuencia más grave de violencia doméstica es el fallecimiento de alguno de los implicados, ya sea porque la víctima decidió acabar con su vida o porque el victimario arremetió contra ella. No siempre la víctima es quien opta por suicidarse, se conocen casos en los cuales el acosador también lo ha hecho; de igual forma, en ocasiones la persona que se encontraba afectada directamente por la situación responde a los ataques de su maltratador de manera impulsiva, agrediéndolo hasta provocarle la muerte.

¿Qué hacer en caso de ser víctima de violencia doméstica?

Por lo general las víctimas de violencia intrafamiliar no denuncian al maltratador, debido a que temen por su vida y la de sus allegados, además de que en algunos casos, sobre todo si se trata de un hijo agresor, los integrantes del núcleo desean que este se reivindique y mantienen le esperanza de que cambie su comportamiento, sin tener que enfrentar instancias legales. Sin embargo, alejar al victimario del entorno familiar es lo que realmente permitirá que los afectados se recuperen psicológica y emocionalmente, por lo que la denuncia debe ser el primer paso hacia una nueva vida.

En Uruguay existen diversos organismos a los que se puede acudir para buscar asesoramiento e introducir una denuncia por violencia doméstica, entre ellos se encuentra la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (RUCVDS), el Plenario de Mujeres del Uruguay (Plemuu), organización que cuenta con una línea telefónica nacional abierta para atender a cualquier persona que requiera apoyo y orientación para realizar la demanda, y el Sistema Integrado de Protección a la Infancia y Adolescencia contra la Violencia (SIPIAV). Asimismo, cualquier funcionario policial está en la obligación de facilitar ayuda a las víctimas de violencia intrafamiliar, indicándoles el procedimiento que deben seguir y las instancias gubernamentales a las que pueden acudir, siendo las más importantes el Ministerio de Salud Pública (MSP) y el Ministerio del Interior (MI).

Todas las personas que hayan sido víctimas directas e indirectas de violencia doméstica deben acudir a un psicólogo, ya que este es el que determinará la condición mental y emocional en que se encuentran los involucrados y por consiguiente, dependiendo de las consecuencias que el individuo presente debido al trauma que han dejado los episodios de violencia, el especialista establecerá un diagnóstico. En la mayoría de los casos los pacientes experimentan cambios de conducta, depresión, ansiedad, estrés postraumático, aislamiento social o trastornos de personalidad, por lo que las psicoterapias suelen ser el tratamiento más recomendado.

Asistir a todas las sesiones de psicoterapia es fundamental para poder superar las secuelas que dejó la violencia doméstica, pues de lo contrario se corre el riesgo de que la enfermedad diagnosticada se agudice. En estos casos la terapia cognitivo-conductual es la más recomendada, ya que une las técnicas que buscan la reestructuración de ideas y pensamientos, con las que tratan de cambiar ciertos comportamientos o hábitos del individuo; aunque la implementación de los diversos métodos dependerá del tipo de trastorno o afección que tenga el paciente.

Cuando se trata de conductas desadaptativas, malos hábitos, adopción de ciertas rutinas debido a la ansiedad o la depresión y trastorno de estrés postraumático, la terapia más recomendada es la técnica modeladora de comportamiento, la cual tiene como objetivo modificar la actuación de los pacientes para que estos puedan retomar la capacidad de reaccionar con normalidad a los estímulos del entorno y eliminar las costumbres negativas. Asimismo, otro método reconocido es la desensibilización sistemática, que se encarga de disminuir la intensidad de las respuestas emocionales que expresa el individuo ante determinados escenarios, sobre todo aquellos que le recuerdan el episodio traumático.

En algunos casos cuando los pacientes no reaccionan rápidamente a las psicoterapias y continúa atravesando por episodios recurrentes de tristeza y sobresalto, el especialista opta por recetar algunos fármacos, en su mayoría antidepresivos o ansiolíticos, con el objetivo de que el afectado se sienta más tranquilo y pueda avanzar conforme al tratamiento. Por su parte el agresor, una vez que sea consciente de su situación, también debe acudir al psicólogo, pues este le ayudará a controlar los impulsos violentos y cambiar su conducta agresiva, a través de un tratamiento acorde a su diagnóstico.

Importancia de superar las secuelas que ha dejado la violencia doméstica

Si una víctima de violencia intrafamiliar decide no tratarse con un psicólogo o psicoterapeuta, es probable que esta no sepa canalizar sus emociones y frecuentemente recuerde los episodios traumáticos, lo cual profundizará el daño y ocasionará que la recuperación sea mucho más lenta, además de que no tendrá un diagnóstico certero que oriente el tratamiento. Por ello, el primer paso para eliminar las secuelas de la violencia intrafamiliar es decidir que se van a afrontar las consecuencias que este episodio ha dejado, y para ello es necesario acudir a un experto.

Para una persona que fue víctima de violencia doméstica, la tranquilidad que obtiene una vez superado el trauma y las consecuencias que esta situación generó, es sumamente reconfortante. Generalmente los integrantes de la familia sienten que el agresor nunca va a parar, que es dueño de sus vidas y que nada va a poder hacer que logren olvidar esos episodios de violencia que tanto dolor les causaron, pero la verdad es que justo en el desprendimiento de esas emociones negativas de ira y rencor, es donde se encuentra la verdadera paz.

Tomar la decisión de seguir adelante, vivir la vida a plenitud, disfrutar de cada momento junto a los seres queridos y hacer realidad todos los planes que estaban frustrados debido a la circunstancia de violencia, son acciones que llevan a cabo las personas que han superado ese período de su vida y aspiran a un futuro mejor. Mantener una buena actitud frente a las dificultades es fundamental para poder borrar los efectos que pueda haber dejado el maltratador en la vida de la víctima, ya sean físicos o psicológicos, pues gracias a los pensamientos positivos esta logrará superar las adversidades y finalmente recordará lo ocurrido como lo que es, parte de un pasado que no debe permitir que vuelva a repetirse.

 

Psicólogos de Montevideo expertos en violencia doméstica



Autor: © PSIGUIDE